秋 aki

    

     En lo profundo del
bosque, en algún lugar, una hoja cae, mojada por la lluvia, sin hacer ruido,
sin que nadie mire.
     Una hoja, luego
otra, y otra más. Allí otra.
     Lánguida lluvia,
amarilla, blanda y desigual. Carece del ritmo, de la decisión de la lluvia que
moja, de la lluvia de agua que empapa la tierra y hace crecer las plantas y las
flores, y crea charcos y setas, y después corre, y huye, entre las rocas, sobre
las piedras, y se va, y se pierde, lejos, o bajo la tierra, más profundo que
bajo la tierra.

      Llovía. A mediodía
llovía lluvia de agua pero cesó de pronto, su ritmo, su recorrido, su prisa por
mojar y acabar, por pasar y desaparecer. Dejó atrás gotas en las hojas de los árboles.
Ellas sí se demoraron. Más sobre las hojas de los arces y los avellanos, menos en
las agujas de alerces y pinos.
     Una gota, luego
otra, y otra más. Allí otra.
     Ritmo lánguido y
desganado de esta lluvia que ya no es lluvia, que empapa ya sólo por pereza y
hace brillar las plantas y las setas y luego se pierde también, también ella,
bajo la tierra, más profundo que bajo la tierra.

      Hoy no hay sol. No
rescatará gota alguna de vuelta al cielo.

      Ahora, cuando la
no-luz del atardecer se hace cada vez más intensa, no hay en el aire agua que
moje y empape, que huya. Y sin embargo su olor sigue aquí. Se demora en el
bosque esta lluvia que ya no es lluvia, ni agua, ni tan siquiera gota. Que
carece de ritmo y decisión, de voz, que envuelve cada hoja y cada rama, y
vuelve con la brisa que viene del bosque, de lo más profundo del bosque.

 

Montaña solitaria,
limpiada por la lluvia.
El anochecer trae
la frescura del otoño.
La luna brilla entre pinos,
y un manantial cristalino
corre encima de las piedras.

Los bambúes están susurrando:
van a casa las lavanderas.
Se mecen las flores de lotos:
regresan los botes pesqueros.
Aunque se está disipando
la fragancia del verano,
todo esto, mi viajero,
¿no te invita a quedarte?

                                                                            
Anochecer otoñal en mi cabaña de
la montaña. Wang Wei

 
      Blandos son mis
pasos sobre las hojas mojadas, muertas. Hace más de mil años alguien caminaba
también sobre hojas muertas, mojadas.
      ¿Te quedaste en tu cabaña de la montaña? Mi
viajero, mi compañero. ¿Contemplaste lo que yo contemplo?

      Mis pasos son
blandos y sin ritmo sobre las hojas amarillas, les falta la decisión de la
lluvia que cae y que moja, de la lluvia de agua. Mis pasos pasan y desaparecen,
entre las rocas, sobre las piedras, casi sin voz bajo las agujas de los pinos y
los alerces, de las hojas de los arces y los avellanos que caen, que no cesan
de caer, amarillas, mojadas, muertas.
     Pasos desganados
mis pasos, pasos que ya no son pasos, que se demoran, que huyen.
     En lo más profundo
del bosque, en algún lugar. Hacia el olvido, hacia el suelo, más allá de la
tierra y bajo la tierra. Hacia la nada. Sin hacer ruido, sin que nadie mire.
Mojados por la lluvia.

 

sobre la tierra,
las hojas amarillas
huelen a lluvia

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